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Tres relatos de «Historia Universal Freak»

El libro del ingeniero civil, Joaquín Barañao cuenta 762 curiosidades históricas en el primer volumen. Desde el Big Bang hasta la guillotina deleita con anécdotas poco convencionales. Aquí, te contamos algunas.

- 6 junio, 2016

Historia Universal FreakPlaneta
Pierina Cavalli

 
Joaquín Barañao es ingeniero civil de la Universidad Católica, pero a sus 34 años nunca ha ejercido su profesión. Esto, porque desde el 2003 ha volcado todo su interés coleccionar datos, anécdotas y curiosidades históricas en su sitio web Datos Freak. Pero recién el año pasado pudo plasmar su trabajo en un relato histórico continuo, dándole contexto a las curiosidades acumuladas. Esto se transformó en el primer volúmen de «Historia Universal Freak» un libro que junta 762 datos curiosos en 13.750 millones de años desde el Big Bang hasta la Revolución francesa, y que agotó su primera edición en tres semanas. Este año publicó la segunda parte que va desde el ascenso de Napoleón hasta el día de hoy, en 551 anécdotas más. Y recientemente, ya está en librerías, editó «Historia freak del fútbol».
 

El recepcionista del Big Bang

 
Milton Humason dio por terminada su educación formal a los 14 años y se fue a California a seguir con su vida. A los 20 años, en 1911, fue contratado por los constructores del observatorio Mount Wilson para cargar materiales. Al poco tiempo se enamoró de la hija del ingeniero en jefe, Helen Dowd y en breve estaban casados. Luego de la construcción pasó a ser arriero por las sierras, lo que no era el trabajo ideal y con ayuda de su suegro consiguió trabajo de recepcionista en el observatorio. Al poco tiempo fue aceptado como asistente de noche, algo inusual en un tipo que no había terminado el colegio. Pero el hombre tomaba las mejores imágenes espectrales de galaxias lejanas y se transformó en la mano derecha del astrónomo Edwin Hubble. Las imágenes que le entregaba fueron cruciales para determinar la expansión del universo.
 
Pero no fue hasta 1927 que Georges Lemaître, un físico belga y sacerdote católico, propuso que aquello se debía al universo expandiéndose. «La historia del descubrimiento del Big Bang nacía de las imágenes de probablemente el último astrónomo altamente exitoso que basó su carrera en una educación de octavo de primario y del intelecto de un ilustre representante de la Iglesia católica, con frecuencia acusada de ser un bastión de resistencia a las revoluciones científicas», expresa Barañao.
 
Pero el nombre Big Bang, no fue añadido hasta 1949 por uno de sus retractores, el astrónomo inglés Fred Hoyle, quien «es de suponer que buscando la expresión más infantil y menos digna al respecto que se le vino a la mente, lo llamó así en una transmisión radial de la BBC (…), mientras instruía a la audiencia sobre lo evidentemente inverosímil y desprovisto de sentido de semejante disparate», relata el escritor.
 

Roma

 
En el año 60 a.C. el general Julio César (hombre de armas despiadado que en cierta ocasión mató a 430.000 germanos como represalia a la muerte de 70 romanos) formó una alianza con sus colegas Craso (soldado que acumuló una colosal fortuna comprando propiedades a bajos precios mientras se incendiaban) y Pompeyo (estrella militar con 5 esposas y una amante a quienes mordía en la cama). Cuando Craso murió en 53 a.C. Pompeyo se alió con el Senado para frenar el poder de César. Pero éste derrotó a Pompeyo en Farsalia y el general vencido terminó huyendo a Egipto. Allí lo esperaba Ptolomeo XIII, el segundo hermano-marido de Cleopatra, que lo decapitó tan pronto desembarcó, con su esposa e hijo mirando la escena. Y tuvo la osadía de mandarle a César una tétrica encomienda: la cabeza de su rival en una caja. Si Ptolomeo quería ganar el favor del nuevo hombre fuerte del Mediterráneo, le fue mal, porque para César, Pompeyo era un rival honorable y las emprendió contra Egipto. Cleopatra de 21 años, en ese entonces, quiso enfrentar el asunto a su modo y abordó un pequeño esquife y, envuelta en un alfombra para esquivar la vigilancia romana, fue al encuentro del general 31 años mayor que ella. Nueve meses después dio a luz a Cesarito, el único hijo varón de César, quien a estas alturas abandonó la idea de anexar Egipto y se dedicó a pasar sus noches con su otra conquista.
 
La idea de un dictador eterno no cabía en la clase política, por lo que César fue asesinado por un grupo de senadores. La puñalada final la dio Bruto, hijo de la amante de César (cuando no estaba ocupado con Cleopatra o su tercera esposa). Esto desató nuevas trifulcas entre Marco Antonio y Octavio (sobrino nieto de César designado por él como su heredero). Cleopatra se alineó esta vez con el bando equivocado, pero con redoblado glamour. Llegó en una barca dorada y, en lugar del formato «clandestina envuelta en una alfombra», venía «adornada como Venus en una pintura», en palabras de Shakespeare, cuenta Barañao. Y no tardó en proveer a Marco Antonio de mellizos.
 
«Era el cuarto soberano con quien entablaba relaciones algo más que cordiales. Pero Octavio leyó ante el Senado la declarada preferencia de su rival por Alejandría sobre Roma -rumores circulaban que hasta pretendía heredar parte de la República a Cleopatra-, y la guerra se desató a firme», relata Barañao. Cleopatra comandó ella misma su flota egipcia, pero en el momento de la acción, entró en pánico y se dio media vuelta, abandonando a su amado de turno. Las tropas de Marco Antonio debilitadas, perdieron ante Octavio, quién luego se nombró a sí mismo como Imperatore y pasó a la posteridad como Augusto, con lo que se dio inicio al Imperio Romano. Tras la derrota Cleopatra, la última reina de Egipto, se quitó la vida, no estaba dispuesta a sufrir un humillante desfile por las calles de Roma.
 

Revolución francesa

 
Hacía años una revuelta de proporciones se venía precalentando en el ambiente político francés. Plumas afiladas atacaban el orden establecido. Una de ellas era la de Voltaire, un escritor prolífico que declaraba no poder vivir sin nicotina. Con su incesante caudal de críticas, ablandó el terreno para lanzar los primeros proyectiles al absolutismo monárquico, cuenta Barañao. «No soportaba el estado de las cosas. Cuando murió una de sus ex amantes, Adrianne Lecouvreur, la actriz más grande de la época, se le negó cristiana sepultura debido a que había sido previamente excomulgada, y en su lugar fue arrojada a una pila de cal viva a orillas del Sena. La causal era la sola elección de su oficio. Las tablas no eran del gusto de la Iglesia», dice el escritor.
 
La otra punta de la lanza revolucionaria la tenía Jean-Jacques Rousseau que en 1762 publicó El Contrato Social, donde configuró las bases de un orden político en un marco de republicanismo. «Como si ser precursor intelectual del fenómeno político más decisivo desde la caída del Imperio romano no fuese suficiente, se dio tiempo para complementar su currículum vitae. Compuso siete óperas y dos sinfonías, entre numerosas otras obras musicales. No es que lo haga mucho menos impresionante, pero en parte gracias a que había enviado a sus hijos recién nacidos a un orfanato para tener más tiempo para escribir», relata Barañao.
 
Al mando de Francia estaba Luis XVI (un hombre con el prepucio tan estrecho que a los 22 años tuvo que ser circuncidado para poder proveer a la corona de un heredero), quien era más apto para las manualidades (fabricaba candados) que para la política, y que decidió eliminar la exención tributaria que tenía la Iglesia y la nobleza, por lo que los ánimos se caldearon. Además, por las malas cosechas, escaseaba el pan (pero la nobleza seguía empleando parte del almidón disponible para empolvar sus pelucas), y el pueblo al saber que Versalles reunía un ejército, tomó por asalto la prisión de la Bastilla.
 
Luis XVI evitaba hacer cosas importantes los 21 de cada mes por recomendación de su astrólogo, pero eso no evitó que un 21 de junio de 1791 fuese descubierto en su intento de escapar con María Antonieta a Austria, su tierra natal (fueron reconocidos a sólo 20 kilómetros antes de llegar a la frontera, porque según palabras de Ernt Gombrich lo hicieron «con toda la ceremonia y formalidad de alguien saliendo a un baile de máscaras en la corte».
 
Ante el estrés de la captura, tan solo el viaje de vuelta a París bastó para volver blanco el cabello de la reina, con lo que hasta hoy se conocen a los brotes galopantes de canas como el síndrome María Antonieta). Un 21 de septiembre de 1792 se puso fin a la monarquía y un 21 de enero de 1793 fue condenado a muerte y ejecutado en la guillotina (destino que cumplió 9 meses después su esposa).
 

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