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jueves, 28 de marzo de 2024

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Servio Sulpicio Rufo, patrono del joven abogado en problemas

“Quien se inicia en la vida del Derecho experimenta, a poco andar, el sabor del éxito, como también las amarguras. Y es que asumir desafíos profesionales, particularmente al inicio de la carrera, no es sencillo y expone a quien lo hace a ciertos riesgos. Y cuando de las amarguras se trata, la mente es fácil que se deje llevar por la desazón”.

Patricio Lazo - 8 junio, 2021

Servio Sulpicio RufoPatricio Lazo

Quien se inicia en la vida del Derecho experimenta, a poco andar, el sabor del éxito, como también las amarguras. Y es que asumir desafíos profesionales, particularmente al inicio de la carrera, no es sencillo y expone a quien lo hace a ciertos riesgos. Y cuando de las amarguras se trata, la mente es fácil que se deje llevar por la desazón, con pensamientos que corren de un lado a otro, poblando la mente, como si se tratase de un cielo repleto de nubes.

Lo incierto del asunto es que en un escenario en el que la claridad no abunda, las decisiones a adoptar pueden ser buenas, malas o peores. Y bien, ¿qué podemos hacer entonces? Supongo que una de las muchas opciones que podemos tener ante nuestros ojos es contarnos una historia. O, mejor, recordar la historia de un fracaso. Mejor aún: recordar la de uno que termina bien.

La historia a la que hago referencia pertenece al mundo de Roma y a su época, y corresponde a una amarga experiencia que vivió, siendo aún joven, Servio Sulpicio Rufo, jurista romano. Puedo imaginar, amable lector, que el nombre de este jurista no es el primero que se le vendría a la mente si se tratase de hacer una lista de aquellos que mejor recuerda, pero, créame, es uno de los buenos.

Sin ánimo de aburrirlo, permítame presentar a Servio en pocas palabras, ya que hablaremos de él: vivió a fines del siglo I a.C., y forma parte de aquello que en los cursos de derecho romano se presenta como la jurisprudencia clásica (en este caso, de época republicana). De modo que algún mérito tiene; y si consulta con un colega romanista, es más que probable que le confirme que sí, que es uno de los grandes. Pero como dije, la de Servio es una historia que incluye una experiencia muy amarga, pero de buen sabor final.

Quisiera hacer una breve digresión preliminar. En el mundo del siglo I a. C., era muy difícil que los detalles no-trágicos de la biografía de una persona permaneciesen en la memoria colectiva; de modo que pocos registros tenemos de ellos. Si alguno se conservaba, es probable que estuviese asociado a una finalidad específica; por ejemplo, a una formativa, y es probable que este sea un caso de aquélla.

La historia de Servio que contaré a continuación se encuentra recogida en la obra de un jurista del siglo I d. C. –que fue, a su vez, compilada posteriormente en el Digesto de Justiniano–. Esto sugiere que el mecanismo de repetición de la historia a lo largo del tiempo pudo deberse –cuando menos en parte– a que los propios discípulos de Servio se encargaron de ello, quizá con la finalidad formativa a la que ya he hecho mención.

Pues bien, siendo aún joven, Servio ya era un orador prestigiado en el foro. Nos dice nuestra fuente que si no alcanzó el primer lugar en la oratoria en ese momento se debió a que fue contemporáneo de Cicerón, que era el mejor de su tiempo. Nuestro jurista se hizo cargo de un caso cuya materia le resultaba algo complicada de comprender. Por este motivo, acudió a uno de los más importantes juristas de Roma en aquel momento –y muy influyente entre aquellos que vinieron después–, Quinto Mucio, a fin de inquirir por el derecho concernido en el caso. Así pues, Quinto Mucio dio la respuesta al joven Servio, pero éste, según nos relata el texto, entendió poco.

Nuestro jurista, entonces, repitió la pregunta y obtuvo la misma respuesta de Quinto Mucio. Quinto Mucio constató, sorprendido, que no obstante dar por segunda vez su respuesta, Servio seguía sin entender y, acto seguido, le afeó precisamente esto, diciéndole que era una vergüenza que un patricio noble y con experiencia en el foro ignorase el derecho al que se dedicaba. Por favor, amable lector, tome nota del juicio derogatorio de Quinto Mucio: Servio ignoraba el derecho al que se dedicaba. Como es obvio, a Servio no le quedó otra más que despedirse amablemente de Quinto Mucio. En el Digesto leemos que aquellas palabras de Quinto Mucio fueron una especie de afrenta.

¿Cuál fue la reacción de Servio? Las posibilidades eran muchas, pero nuestro confidente relata que su decisión fue solo una: dedicarse a estudiar el derecho civil. De hecho, tuvo dos maestros, uno de los cuales vivía en una isla frente a las costas de África, hasta donde se trasladó Servio. Sabia decisión. Su aprendizaje fue fructífero y el derecho civil (o sea el derecho propiamente tal, en el mundo romano) dejó de ser una madeja indomable de conceptos y pasó a estar bajo su dominio. Incluso, viviendo aún en dicha isla (de nombre Cercina, en latín, Querquenes actual) publicó algunos de sus libros y una vez en Roma publicó otros más. En total, nos cuenta el relato, fueron 180 libros.

Conviene matizar esta información: lo que los romanos llaman libros corresponderían, en realidad, a un capítulo de entre 10 y 20 páginas de nuestros textos modernos. Luego, podríamos entender que escribió 180 capítulos, pero aún así, esto no es poco. Pensemos que en la época en que Servio escribía había que hacerlo en un pergamino o en un papiro, de modo que cada rollo era un libro. Añadamos, además, que eran caros, ya que no se producían con la masividad de nuestro papel. Por cierto, la tinta no era precisamente barata; alguna, como la que se extraía de los calamares y que también servía para teñir la ropa de púrpura, costaba lo suyo. De modo que escribir esa cantidad de libros que hemos mencionado era muy meritorio.

Y así termina la historia: Servio resultó ser no solo un jurista sumamente productivo: además, se dio el tiempo para formar varios discípulos, lo que es un importante indicador acerca del prestigio del que gozaba entre sus contemporáneos. A su muerte, se hizo una estatua de él, que se situó en el foro de Augusto. Todo ello sirvió para transformarlo en uno de los juristas más influyentes del mundo romano. Y todo a consecuencia del revés profesional que ponía de manifiesto su ignorancia del derecho.

 
Patricio Lazo es abogado de la U. de Chile; Doctor en Derecho, UNED, España; y Magíster en Educación Basada en Competencias, Universidad de Talca, Chile. Actualmente, es profesor de derecho romano y Director del programa de Doctorado en Derecho de la Universidad Católica de Valparaíso.

 
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