"No puedo dejar de pensar en ellos cuando veo que ciertas oficinas de abogados se precian de no conocer límites,...
Populismo e inteligencia artificial
«La finalidad de aumentar las interacciones se realiza a través del incentivo del odio como medio de fidelizar a los usuarios a sus plataformas favoritas, donde encontrarán la empatía y comprensión de una tribu de iguales».
Carlos Amunátegui - 4 julio, 2020
Internet actual tiene poco que ver con los sueños libertarios de la década de 1990. Entonces se concebía a la red como un espacio de libertad y diversidad esencialmente desregulado.
Esta primera impresión acerca de la naciente república de la red, la concebía como un espacio fuera del alcance de las regulaciones estatales y de los intereses oligárquicos de las grandes compañías y capitales que habían, hasta cierto punto, domesticado las democracias occidentales.
En la red cada persona podría perseguir sus intereses y pasiones con libertad asociándose a otros que compartan sus credos para constituir una suerte de sociedad civil planetaria.
Netizen es el término acuñado para describir a los partícipes de esta sociedad universal que prometía un destino similar a la República de las Letras del siglo XVIII.
Estas fantasías libertarias se estrellaron con una realidad dura.
A comienzos de siglo, Castells advertía que Internet podría convertirse en una herramienta de libertad o en un instrumento que agravase las divisiones y desigualdades sociales. La realidad se ha decantado por la segunda opción, un espacio regulado con monopolios y hegemonías.
La Inteligencia Artificial, como tecnología, ciertamente no es el único factor que ha intervenido en la modelación de este ecosistema, pero ha sido clave en transformarlo y moldearlo hasta convertirlo en lo que es hoy.
Internet es un ambiente seriamente oligopólico, donde un pequeño grupo de gigantes dominan el tráfico mundial. Con una divisoria mundial entre occidente y oriente. Alphabet, Amazon, Apple y Facebook, controlan la mayor parte del tráfico de datos en Europa y Estados Unidos, mientras que Baidu, Tencent y Alibaba hacen lo mismo para China y las zonas bajo su influencia. Esto se debe a la presencia de una suerte de círculo virtuoso de los datos. Puesto que los sistemas de machine learning dependen crucialmente de la cantidad de datos disponibles para su perfeccionamiento.
Quien tenga almacenados una mayor cantidad de datos para entrenar estos agentes desarrollará los mejores productos. La calidad superior de éstos, llevará a concentrar aún más el tráfico por la preferencia que los usuarios tendrán respecto a ellos, lo que conducirá a acumular aún más datos y desarrollar aún mejores productos hasta que la concentración termine por eliminar a cualquier rival.
La inteligencia artificial ha convertido a Internet en un mercado tendente a un oligopolio natural, donde pocas compañías concentran los recursos y dominan la red. Esta posición hegemónica se encuentra distribuida por rubros, donde cada uno de los gigantes tecnológicos concentra su acción en determinados segmentos de mercado, evitando una competencia directa entre ellos. Posición monopólica que implica riesgos, especialmente por el rol central en la vida cotidiana que la red ha adquirido, otorgando a sus controladores un poder intenso que puede afectar tanto mercados como gobiernos y sociedades en su conjunto.
El objetivo de todas las grandes compañías de Internet es maximizar las interacciones de sus usuarios con sus plataformas. Esto se debe a que ellas monetarizan estas interacciones lateralmente, mediante publicidad u otras alternativas. Para ello se valen de agentes artificiales entrenados, usualmente, con mecanismos de reinforcement learning, a través de los cuales se los premia —mediante su función objetiva— cuando cumplen su cometido.
El agente procurará que cada usuario esté conectado el mayor tiempo posible con la mayor cantidad de interacciones. Ahora bien, puesto que los contenidos extremos, con alto valor emocional, suelen provocar más interacciones que otros de carácter neutro, las plataformas tienden a ofrecer contenidos de este estilo a sus usuarios, a fin de maximizar sus interacciones.
El resultado es que a los usuarios se les ofrecen visiones cada vez más extremas de la realidad, preferentemente aquellas que refuerzan sus puntos de vista, especialmente en aquellos aspectos de sus opiniones que resultan socialmente menos aceptables.
Esto tiende a tribalizar internet, toda vez que el panorama asociativo virtual se asemeja a pequeños grupos con fidelidades e intereses similares, con aspectos radicales y vínculos de solidaridad interna férreos. Se produce una división del mundo entre los partícipes de la tribu y los extraños, mirados con desconfianza, muchas veces complementado por enemigos imaginarios que contribuyen a mantener su unidad.
La finalidad de aumentar las interacciones se realiza a través del incentivo del odio como medio de fidelizar a los usuarios a sus plataformas favoritas, donde encontrarán la empatía y comprensión de una tribu de iguales.
Este clima social creado por la nueva internet que emerge en la segunda década del siglo XXI, es un lugar fecundo para que los populismos cultiven su peligrosa cosecha. Uno de los elementos más característicos y definitorios de los movimientos populistas es el alimentarse de una división simple del mundo entre la tribu y el otro.
Todos los populismos históricamente han multiplicado su retórica del odio, consiguiendo que se alineen en sus filas elementos insatisfechos del sistema social, para quienes culpar a un tercero, a un extraño, sea una forma simple y razonable de justificar sus desgracias.
Los populismos habían sido expulsados históricamente de las democracias avanzadas y parecían reliquias de un pasado vergonzoso, hasta que, en las segunda mitad de la década de 2010 surgieron de improviso, tomando a los sistemas políticos occidentales por sorpresa, en el Brexit, la elección presidencial norteamericana y el surgimiento de partidos políticos extremos en toda Europa.
Creemos que ellos se alimentaron del odio que inadvertidamente iban sembrando los agentes artificiales que las grandes plataformas de Internet utilizaban para sus propios fines. El populismo actual tiene un elemento artificial.
Carlos Amunátegui Perelló es doctor en Derecho patrimonial por la Universidad Pompeu Fabra, profesor en la Universidad Católica de Chile y profesor visitante en las universidades de Osaka y Columbia. Recientemente publicó el libro Arcana technicae, Derecho e Inteligencia Artificial (Tirant Lo Blanch, 2020).
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