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domingo, 5 de mayo de 2024

editorial

Piensa en las consecuencias; el tiempo no tiene especial consideración con los abogados

“¿Qué tiene para justificarse alguien de 33 años que, en el fondo, tiene cero experiencia que mostrar? ¿‘Es que tuve puros jefes malos’? ¿‘Es que el trabajo era aburrido’? ¿‘Es que no me gustaba el horario’? ¿‘Es que quería conocer el mundo’?”

- 17 marzo, 2016

 
Cuando tomamos una opción entre muchas, producto de nuestra elección todas las demás quedan excluidas. Nuestras acciones u omisiones tienen consecuencias.
 
Lo que suena a filosofía barata y reinvención de la rueda no lo es tanto cuando lo aterrizamos en la realidad de un estudiante o un abogado joven.
 
Si en la vida personal podemos elegir viajar a tierras lejanas de vacaciones todos los años y gastarnos los ahorros o los bonos en ello —es una experiencia gratificante y lo tenemos bien merecido—, tenemos que asumir entonces que no tendremos la plata suficiente para el pie de un departamento sino hasta cuando estemos dispuestos a pasar un par de veranos en la playa más cercana y bajar el tren de gastos. Y tendremos que asumir que los seguros de desgravamen serán más altos y que tal vez terminemos de pagar recién a los 50 años.
 
Si pasamos a la vida profesional también debemos asumir que el retraso en asumir ciertas obligaciones (que tarde o temprano la mayoría contrae), trae consecuencias. Por ejemplo, si vivimos en un país con un sistema de pensiones como el chileno, con cuentas de capitalización individuales, mientras más tardemos en comenzar a pagar las cotizaciones previsionales, menor será la jubilación que recibamos cuando llegue la hora del retiro.
 
Y si profundizamos un poco más en la reflexión podemos visualizar consecuencias que la juventud de un estudiante o un recién titulado no le permiten ver con claridad: diferir la entrada al mundo laboral no es gratuito. Tampoco lo es la inestabilidad.
 
No estamos hablando del señor que entraba a trabajar a un banco o a un estudio jurídico y se quedaba ahí por toda la vida. Esa no es la realidad desde hace al menos 3 décadas. Pero un abogado que no entiende la relevancia de entrar al mercado en el momento justo se encontrará con que cuando sí quiera hacerlo y logre que lo contraten —lo que no siempre será fácil— estará trabajando en un mismo nivel de responsabilidades y remuneración con profesionales junior que tienen otros intereses y otras expectativas; estará y se sentirá desfasado.
 
Algo parecido ocurrirá con esos que no toleran la rutina, no le gusta cómo los trata su jefe, se aburren con trabajos poco intelectuales o consideran que son poco valorados. ¿Qué hacen? Renuncian y se cambian, renuncian y se cambian. Mientras les resulta, claro, porque en algún momento entre los 30 y los 34 su currículum llega a las manos de un evaluador que dice “este niño o esta niña tiene más de 30 y no ha estado más de 1 año en ningún trabajo; ha picoteado como las gallinas en distintas áreas y no se ha especializado en ninguna”.
 
Quedarse siempre en un mismo puesto de trabajo podría eventualmente mostrar un perfil de conformismo y poco interés por los desafíos, pero eso se supera con una buena entrevista donde el candidato logre comunicar sus fortalezas, como la experiencia, la especialización y la lealtad. Sin embargo ¿qué tiene para justificarse alguien de 33 años que, en el fondo, tiene cero experiencia que mostrar? ¿“Es que tuve puros jefes malos”? ¿“Es que el trabajo era aburrido”? ¿“Es que no me gustaba el horario”? ¿“Es que quería conocer el mundo”?
 
Hay oportunidades para tomar ciertas decisiones que si no se adoptan a tiempo pasan la cuenta y cuesta mucho remontar.
 
Si estás en los últimos años de estudio, estás estudiando tu examen de grado o te acabas de titular, no importa cuán joven seas, oblígate a pensar como abogado. Causa-efecto, acción-reacción, plazo y condición… ¿te suenan conocidos?
 
 
Sofía Martin Leyton
Directora
Idealis Reports

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