Ni tráfico de influencias ni lavado de activos: ética parte 1

Una o un abogado joven o recién titulado:
1. siente una angustia creciente a medida que van pasando los días desde aquel en que se le pasó un plazo;

2. se le murió la madre, entró en profunda melancolía y olvidó causas y clientes;

3. no supo qué hacer, le quedó grande el poncho en lo jurídico, se congeló y dejó de tramitar la causa;

4. recibió un anticipo, no ha hecho gestión alguna y cada vez que le preguntan, dice que todo avanza, pero lento;

5. un cliente no le pagó los honorarios que le debía y con el siguiente decide protegerse con facultades de percibir;

6. no supo qué hacer con las barreras invisibles [invencibles] de la burocracia, le quedó grande el poncho en lo práctico y se congeló;

7. descubrió que le eran infiel, entró en profunda depresión y se olvidó de sí, de causas y clientes;

8. tiene tantos encargos distintos, tantas boletas por gastos que ha pagado de su bolsillo, tantos gastos sin respaldo;

9. sus clientes no entienden los plazos, los recursos, las dilaciones, las excepciones, por más que les trata de explicar;

10. le estaba yendo bien y subcontrató algunas gestiones, pero el otro abogado no era responsable;

11. le lleva asuntos de arrendamientos a un cliente y en los temas de familia lo deriva, pero el otro abogado no es responsable;

12. se equivocó, simplemente se equivocó, como cualquier ser humano;

13. tiene un cliente que lo saca de quicio, le miente, tiene mal trato; le paga tarde, mal y nunca; se le agota la paciencia y le dice que no lo atiende más;

14. el cliente quiere algo que ahora se ha develado jurídicamente inviable, pero ya ha pagado la mitad y ahora no entiende razones;

15. optó por una acción judicial y habría obtenido sentencia favorable si hubiera elegido otra, pero el daño está hecho. Nada resarcirá al cliente.

Que la contingencia en Chile con el “Caso Audios” (o “audio”) y que tiene a la abogacía expuesta a escrutinio y crítica diaria por parte de la sociedad, los medios, las autoridades y los pares no tuerza lo que debiera ser una serie de talleres interdisciplinarios sobre ética profesional, que acompañen los cursos teóricos de ética, con la intervención de sicólogos, trabajadores sociales y comunicadores.

Así como se nos suele advertir que las leyes dictadas al calor del momento terminan con una calidad cuestionable y con resultados muy distintos de los que se pretendían, valga también esta advertencia: que el calor del momento no nos lleve a enfocar o darle un énfasis a la enseñanza de la ética profesional en conflictos a los que un ínfimo porcentaje de los abogados se verán enfrentados.

El Colegio de Abogados de Chile está sosteniendo reuniones periódicas con Facultades de Derecho y entregando un programa base de contenidos de un curso de ética amplio y detallado. Pareciera comprenderlo todo, pero cómo se implemente hará la gran diferencia.

Un programa así corre el riesgo de que los futuros abogadas y abogados lo aprueben memorizando lo informado en clases. Creyendo que entendieron. Igual que cuando un alumno aprueba derecho societario y cuando ya titulado debe constituir una determinada sociedad se encuentra con que existen reparos para inscribirla, tiene que hacer enmiendas una vez inscrita y finalmente la banca, los organismos públicos o las contrapartes se la rechazan.

No basta un semestre para que una universidad sienta que cumplió con su deber de enseñar ética. Ni siquiera una asignatura anual. Si queremos un real cambio que se refleje en el actuar de las futuras generaciones, el esfuerzo debe ser constante y concitar el compromiso de todo el plantel académico durante todo el estudio de la carrera.

[Próxima entrega: Edad, éxito, prestigio: ética parte 2]

 
Sofía Martin Leyton
Directora
Idealex.press