"No puedo dejar de pensar en ellos cuando veo que ciertas oficinas de abogados se precian de no conocer límites,...
Mujeres y economía social: rol de las universidades
“La economía social o solidaria que nos entrega un abanico de posibilidades de asociarnos como mujeres de forma alternativa. Donde se permita reconocer en otras características comunes y que desde un interés también común se puedan apoyar. Hablo de cooperativas, de asociaciones gremiales, de empresas B. Donde el interés común, la sostenibilidad de los proyectos, el reconocimiento de los derechos humanos es central”.
Catalina Novoa - 7 noviembre, 2022
Mujeres, emprendimiento, trabajo, igualdad, sesgos, palabras, silencios. Llevo más de veinte años trabajando en universidades desde lo que hoy conocemos como vinculación con el medio. En un principio, desde la academia debíamos aportar con los conocimientos de manera de transferirlos no solo a quienes eran estudiantes, sino que también a los demás. Temas que se seleccionaban conforme a lo que creíamos que iba a ser exitoso en términos de afluencia de público que implicaba un área de interés. Y hablábamos de mujeres, de género, de igualdad, grandes debates, conversatorios y columnas. Aplausos, teníamos razón, pero la práctica nos mostraba que no había un cambio en la realidad.
Luego, gracias a las tendencias del hemisferio del norte, nos dimos cuenta de que la transferencia no solo era desde un podio, sino que también en el territorio. Aquí empiezan a verse las caras detrás de las problemáticas y las disciplinas, comenzamos a mirarnos para dar soluciones concretas a una comunidad en específico. Ahora es tiempo de ir con estudiantes y profesores de distintas disciplinas a explorar cuál es realmente el problema y co-construir interdisciplinariamente las respuestas, luego implementarlas, ejecutarlas y medir el impacto a través del cambio que efectivamente se produce.
Desde ya una decena de años se han estado llevando estudios sobre el emprendimiento en las mujeres. Programas de gobiernos, de ONGs, entre otras, han hecho esfuerzos para que las mujeres entren en este mundo. ¿Por qué? Al parecer es más flexible, lo que les permitiría compatibilizarlo con la familia. Como abogados le damos la formación para que puedan constituirse como persona jurídica, les enseñamos los temas tributarios, laborales… y uno que otro consejo.
Un día de 2021, en plena pandemia y teletrabajo, recibo el llamado de una institución que llevaba varios años formando a mujeres emprendedoras, pero que veían que no funcionaba, ya que estas mujeres, muy contentas con la preparación, desertaban al poco tiempo.
Conforme al Informe de Resultados sobre “El Microemprendimiento Femenino en Chile 2020”, del Ministerio de Economía, Fomento y Turismo, las mujeres representan el 38,6% del universo microemprendedor y si consideramos la proporción de microemprendimientos informales, definidos como aquellos sin inicio de actividades en el Servicio de Impuestos Internos, corresponde a 57,3% para las mujeres y 42,8% para los hombres.
Siendo así, semanalmente las mujeres realizan 18 horas más de trabajo no remunerado que los hombres, dedicando en promedio 29,4 horas a la semana a ello. A esto se le debe sumar, conforme al Informe señalado, que en promedio las microempresarias obtienen utilidades mensuales por $439.854, casi la mitad de lo que obtienen los microempresarios ($815.513). Lo que es aún más grave es que el 68,3% de las microemprendedoras gana menos que el salario mínimo ($305.000). Aun así, al momento de ver el endeudamiento, los hombres adeudan, en promedio, 1,8 veces más que las mujeres.
Claramente los abogados necesitábamos trabajar con economistas, pero también con trabajadores sociales y psicólogos. Ahí comienzan a aparecer conceptos como la autopercepción, la necesidad de ver el tema del emprendimiento de mujeres como un sistema: con un propósito, elementos e interconexiones. Con inputs y outputs que alimentan al “stock” de este sistema. ¿Qué estaba fallando? Eran mujeres con responsabilidades que tradicionalmente se han “encomendado” al género. Había que modificar elementos de este sistema para que las interconexiones funcionaran de mejor forma para lograr el propósito.
Y llegamos a una nueva oportunidad: la economía social o solidaria que nos entrega un abanico de posibilidades de asociarnos como mujeres de forma alternativa, donde se permita reconocer en otras características comunes y que desde un interés, también común, se puedan apoyar. Hablo de cooperativas, de asociaciones gremiales, de empresas B, donde el interés común, la sostenibilidad de los proyectos, el reconocimiento de los derechos humanos, es central.
Esta es la reflexión. Se han hecho estudios, pero ya vimos que desde los estudios no logramos más que reconocimientos. Está claro que las mujeres necesitan un apoyo superior para emprender y no lo digo necesariamente desde el punto de vista económico. Es insertarnos en otro contexto, donde una EIRL, una SpA puede o no coexistir, pero dentro de la solidaridad, a la que como personas estamos llamados a vivir.
Es momento que como mujeres comencemos un empoderamiento entendido desde esta base, colaborativo, y hacer uso de formas de asociación generalmente dejadas de lado por considerarlas anacrónicas o más ligadas a hombres. No es casualidad que en ciertos estudios de diagnóstico, como el encargado el año 2015 por la Subsecretaría de Economía y Empresas de Menor Tamaño, las formas alternativas de asociarse aún estaban principalmente lideradas por hombres. Este no es un trabajo que debemos confiar exclusivamente al Estado. Es nuestro deber como ciudadanas y ciudadanos promover desde nuestras propias veredas, pero siempre mirando las de atrás, del lado y del frente.
En específico, las universidades son un espacio propicio donde naturalmente confluyen distintas áreas disciplinarias y quienes tenemos el honor de formar parte de ellas debemos integrar esta mirada en nuestros estudiantes con ejemplos concretos, con proyectos territoriales o sociales que produzcan un cambio. Hay todo un mundo de posibilidades a la que ciertamente estamos preparados y obligados a hacernos responsables.
En otras palabras, las universidades tenemos el deber de promover instancias innovadoras para solucionar problemáticas en nuestra sociedad, en este caso, promover ideas y colaborar en la implementación y ejecución de ellas para que constituyan un real impacto en las mujeres que deciden emprender.
Catalina Novoa Muñoz es directora de la carrera de Derecho en la Universidad Central de Chile, sede Santiago, e integrante de la Comisión Resolutiva del Reglamento de Actuación ante todo tipo de violencia de género y/o discriminación.
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