"No puedo dejar de pensar en ellos cuando veo que ciertas oficinas de abogados se precian de no conocer límites,...
Lo que sí es y lo que no es ChatGPT
“El escenario es delicado, sobre todo porque estas herramientas deben diseñarse para favorecer la actividad humana y no para reemplazarla, para apoyarse en su uso y no para desconfiar de sus resultados”.
Danielle Zaror - 17 julio, 2023
La palabra chat viene del anglicismo “conversar” y en su faz tecnológica nos familiarizamos con ella hace algunas décadas como una comunicación entre dos seres humanos a través de alguna plataforma tecnológica que permite el intercambio bilateral de mensajes en tiempo real.
Hoy todos hablan de ChatGPT y este concepto dista de las concepciones anteriores de chat o conversación, pues se trata de un sistema computacional generativo preentrenado, de ahí sus siglas “GPT”, pero a diferencia de la idea que teníamos hasta aquí ya no hay una comunicación entre dos personas sino una interacción unilateral entre un humano que hace un requerimiento de información y un sistema computacional que hace una búsqueda entre la información que tiene y cuyo resultado entrega en una respuesta única.
A diferencia de los clásicos buscadores, ChatGPT no entrega una multiplicidad de respuestas para quien busca una determinada información.
Si bien muchas de las respuestas que se pueden encontrar en la base de datos de ChatGPT pueden servir para dar respuesta satisfactoria a un plan de negocios sencillo, a campañas publicitarias básicas, poemas, chistes, solicitudes de codificación, entre otras, ellas están lejos de ser consideradas por los expertos en esos temas como productos de calidad, básicamente porque no siempre los resultados son acertados, completos, veraces, ajustados al contexto específico, no es posible identificar la fuente de origen de la respuesta además del conocido rezago de la base de datos que únicamente tiene información hasta diciembre de 2021. Como dicen algunos expertos, es una iniciativa interesante, pero no robusta.
Otro aspecto que no debe perderse de vista es el hecho que ChatGPT nace de un proyecto sin fines de lucro; se trató de una iniciativa científica experimental que de la noche a la mañana se transformó en una start up con la obligación de recaudar fondos para perseverar en su profundización y es aquí donde está quizás su principal riesgo: se liberó un experimento a la naturaleza que debió vestirse de toda la exaltación que siempre hay detrás del marketing cuando se quiere “vender” un producto.
A menudo leemos como muchas personas entregan tareas, escriben discursos, publican columnas con contenido que han obtenido de ChatGPT, cuestión que reemplaza por completo la habilidad humana de realizar esas mismas acciones. La carga ética asociada a esos actos ha tendido a inclinarse hacia un extremo donde el resultado es percibido como tramposo, fraudulento o falsificado, cuestión que justamente se aparta del principio ético que debe acompañar siempre a la inteligencia artificial que es la intervención humana.
El escenario es delicado, sobre todo porque estas herramientas deben diseñarse para favorecer la actividad humana y no para reemplazarla, para apoyarse en su uso y no para desconfiar de sus resultados. Esta situación debe llamar la atención de autoridades a todo nivel, sobre todo porque se trata de una herramienta que no es experta, que simplifica a niveles peligrosos la complejidad del mundo que nos rodea.
En ese sentido, no creo que herramientas como estas “acaben con la humanidad” como lo han declarado algunas influyentes figuras del mundo de la tecnología en cartas que vienen revestidas de la misma exageración que el producto mismo. En mi opinión personal, considero que es más probable que sea la incapacidad de los seres humanos de reaccionar con responsabilidad y oportunidad frente a diversas amenazas, lo que termine por comprometer la subsistencia futura.
* Danielle Zaror Mirailles es abogada de la Universidad de Chile e investigadora en el Centro de Derecho Informático (CEDI) de la Facultad de Derecho de esa casa de estudios.
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