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martes, 11 de febrero de 2025

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Expectativas a la baja de los nuevos licenciados en Derecho y abogados

«Cuando las reglas del juego están diseñadas para beneficiar a unos pocos, la idea misma de justicia se vuelve difusa. El riesgo es que esta generación de licenciados en Derecho, en lugar de fortalecer el sistema, termine desconectándose de él. Y en esa desconexión, el tejido social se desgarra todavía más».

Diego Palomo Vélez - 10 febrero, 2025

Durante décadas, la licenciatura en Derecho fue vista como una garantía de estabilidad y prestigio. Se vendió la idea de que el esfuerzo y la formación universitaria serían el verdadero pasaporte hacia un futuro próspero. Sin embargo, la juventud que egresa hoy de las facultades se encuentra con un mercado saturado, condiciones laborales precarias y una sociedad que solo les apunta con el dedo imputándoles ser flojos y poco sacrificados. Así, muchos de ellos sienten que han sido víctimas de una especie de estafa piramidal, donde unos pocos han acaparado las oportunidades, se han beneficiado de manera importante y efectiva, y quienes han llegado después descubren que el sistema no tiene lugar para ellos.

licenciados en DerechoDiego Palomo

¿No parece curioso que vendan la universidad como la clave del éxito, pero cada vez haya más titulados subempleados y muy mal remunerados? ¿Que te prometan que un título es la puerta a un futuro brillante, pero el mercado esté saturado de profesionales peleando por puestos muy mal pagados? ¿No suena un poco… familiar? Como si ya hubiéramos visto este esquema antes, pero con otro nombre.

Pensémoslo bien. Los licenciados en Derecho pagan durante una cantidad de años una injustificada suma muy importante de dinero (o se endeudan) con la esperanza de recuperar esa inversión en el futuro. Mientras tanto, las universidades siguen captando nuevos estudiantes con el mismo discurso esperanzador. Los que ya pasaron por ahí y no lograron el éxito prometido, es simplemente porque “no se esforzaron lo suficiente” o “no aprovecharon bien las oportunidades”. Pero ‘oye, si quieres salir del pozo, siempre puedes pagar un curso de especialización, un diplomado, o un Magister’ que se venden por los académicos encargados, como si fueren un producto del supermercado.

Mientras tanto, los de arriba siguen cosechando ganancias: universidades que aumentan sin escrúpulos sus matrículas, pero sin modificaciones estructurales, sin invertir en más salas, son mejorar la calidad y con profesores part time mal pagados sosteniendo (en los hechos) todo el sistema. Es una maquinaria diseñada para perpetuarse. Solo unos pocos logran llegar a la cima, mientras la base sigue creciendo, sosteniendo el peso de la promesa vacía.

Y al final, ¿qué queda en no pocos casos? El cartón, una deuda y la ingrata sensación de haber sido parte de un gran negocio en el que los verdaderos ganadores nunca fueron los estudiantes. Porque, así lo piensan muchos estudiantes, la universidad hoy se parece mucho a una estafa piramidal: se ingresa y paga esperando recuperar con creces, pero solo unos pocos realmente lo logran. El resto, la inmensa mayoría, bueno… que se sigan formando, en otras palabras, que sigan pagando.

En este escenario, el espejismo de la meritocracia se hace evidente, otra vez. Se insiste en que el talento y el sacrificio individual son la clave del éxito, pero la realidad no tarda en demostrar lo contrario. No basta con estudiar, sacrificarse, formarse y demostrar capacidades si al final quien tiene la escalera para ascender socialmente no la presta, o peor aún, la retira justo cuando alguien más intenta subir. Así, se perpetúa un sistema en el que los contactos y la posición social pesan más que el conocimiento y el esfuerzo.

Por eso, la desafección entre los jóvenes abogados es palpable. Muchos se enfrentan a ingresos bajos, jornadas largas y la necesidad de encadenar experiencias laborales mal remuneradas y precarias con la esperanza de algún día conseguir un empleo estable. Mientras tanto, los grandes despachos buscan mano de obra barata bajo la promesa de una futura recompensa que rara vez llega. El mensaje es claro: si no tienes una red de apoyo económico o social, las posibilidades de éxito son mínimas.

El problema no es solo económico, sino también ético. La Universidad ya no es el motor de la movilidad social que se prometía, sino un espacio donde se forman profesionales que luego no encuentran dónde ejercer con dignidad. Algunos, en este esquema, optan por abandonar los mínimos postulados de un desempeño profesional ético.

La frustración no solo afecta a estos egresados, sino que también erosiona la confianza en las instituciones. Cuando las reglas del juego están diseñadas para beneficiar a unos pocos, la idea misma de justicia se vuelve difusa. El riesgo es que esta generación de licenciados en Derecho, en lugar de fortalecer el sistema, termine desconectándose de él. Y en esa desconexión, el tejido social se desgarra todavía más.

Desde luego, huelga apuntarlo, las consecuencias de esta crisis van más allá del ámbito legal. En una sociedad donde la cultura del esfuerzo no garantiza estabilidad ni reconocimiento, el desencanto se expande a todos los ámbitos. Si estudiar y trabajar duro no es suficiente para salir adelante, ¿qué opciones quedan? La desesperanza alimenta un malestar profundo que se traduce en fuga de talento, desinterés por la vida pública y, en los peores casos, en una resignación que mina cualquier posibilidad de cambio.

La sociedad está en un viaje hacia algún lado, no se sabe dónde ni está claro, pero el camino parece marcado por la desigualdad y la incertidumbre. Mientras las estructuras de poder se resisten a ceder espacio, las nuevas generaciones se debaten entre la lucha por sus derechos y el desánimo de ver que nada cambia. ¿Seguir apostando por un sistema que los excluye o buscar alternativas fuera de él?

Es clave replantear el modelo si no queremos perder a una generación completa de profesionales desencantados. Si el Derecho sigue siendo un campo donde prima el privilegio sobre la capacidad, corremos el riesgo de que la justicia deje de ser un ideal y se convierta en una mera formalidad al servicio de quienes siempre han tenido la escalera en sus manos.

 
* Diego Palomo Vélez es profesor titular de la Facultad de Derecho de la Universidad de Talca.
 

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