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viernes, 19 de abril de 2024

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“BigLaw, a Novel”: la cruda realidad

“‘Más de alguien debe haber llamado a un amigo abogado a las siete de la tarde para decirle ‘hey ¿juntémonos a tomar algo? Salgo en 10’, y tu amigo responde ‘iría feliz, pero Pancho (el socio que es su jefe) está todavía en la oficina y no me puedo ir antes que él. Y no tengo idea de a qué hora se va a mover’”.

- 25 abril, 2016

Sofía Martin L.

 

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Así que esta reseña no dará una opinión sobre el valor literario de la novela —para lo cual, insisto, no estoy calificada—, sino que mostrará cómo la autora revela de manera implacable y con ironía en primera persona la realidad de un estudio de abogados de gran tamaño en Nueva York.
 
¿Muy distinta de lo que pasa en un país latinoamericano? Es una pregunta que les podremos responder en un año más, cuando los lectores de Idealis Lex Reports (pronto Idealex.press) estén sentados en cualquier parte de América. Por ahora nuestra experiencia es mayoritariamente Chile… y sí, señoras y señores, mucho de lo que cuenta Lindsay Cameron en “Biglaw, a Novel”, también ocurre al sur del mundo.
 
La protagonista, Mackenzie Corbett, es una asociada joven de segundo año en F&D, parte de un grupo de elite de mega oficinas en Nueva York, de esas que tienen 500 o más abogados, con oficinas que se manejan como pequeñas ciudades; esas que son conocidas simplemente como Biglaw y donde ser contratado implica ganar cerca de US$ 200.000 anuales recién salido de la universidad.
 
Si esto te trae recuerdos de “Suits” o de “The Good Wife” es porque mucho de ello hay. Pero al ver un guion traspasado a imágenes nuestra mente suele calificar y clasificar como fantasía lo que está observando en pantalla; no así lo que se lee, que por alguna extraña razón a algunos nos pareciera ser más factible.
 
Por ejemplo, más de alguien debe haber llamado a un amigo abogado a las siete de la tarde para decirle “hey ¿juntémonos a tomar algo? Salgo en 10”, y tu amigo responde “iría feliz, pero Pancho (el socio que es su jefe) está todavía en la oficina y no me puedo ir antes que él. Y no tengo idea de a qué hora se va a mover”.
 
Entonces cuando Lindsay Cameron —A.K.A. Mackenzie Corbett— cuenta que “Sadir estaba siempre en la oficina, día y noche, fuera que el trabajo realmente lo requiriera o no”, algo resuena como verdad verdadera.
 
Más adelante la protagonista explica lo que implicaba estar asignada al departamento corporativo: “mantenerse disponible las 24 horas del día, los 7 días de la semana y nunca irse a la casa antes de que el socio para el cual se trabajaba hubiera dejado el edificio hasta el otro día”, lo que podía ocurrir a las ocho de la noche o a las dos de la madrugada.
 
“Cuando te querías ir, tenías que simular que ibas a dejar un documento al centro de procesamiento o que ibas a la cafetería a comprar una Red Bull… siempre llevando contigo una carpeta. Tu oficina se tenía que ver siempre como si fueras a volver en cualquier minuto”, continúa.
 
Y para los que lo hayan vivido, aquí va este párrafo que los hará ponerse colorados de vergüenza (o de rabia): “Sólo podías tomar el ascensor hacia abajo cuando no había nadie más senior que tú en él. Si venía un socio, tenías que bajarte en el piso siguiente, hacer tiempo y tratar de nuevo. Y si había un socio plantado en el lobby, tenías que tener un plan B como hacer ver que sólo salías a buscar algo para comer. Algunos asociados preferían bajar los 72 pisos por las escaleras a arriesgarse a ser descubiertos en el elevador”.
 
Los personajes secundarios —como ya habrán aprendido los adictos a las buenas series británicas o norteamericanas— son esenciales para la historia y aquí no faltan: el tutor, la amiga del college, el novio, la secretaria, el socio tiburón, la asociada senior, los padres, todos van contribuyendo al relato con un poco de humor, un recuerdo o un trozo de diálogo que se convertirá en pieza esencial de la historia.
 
Para cerrar, algunas frases más para el bronce: “No importa si estás tan embarazada que vas a rodar, en una reunión los asientos son siempre para los abogados senior; hasta el orden de los destinatarios de los correos tiene una estructura que se respeta”.
 
Y una reflexión que en Idealis Lex Reports nos tomamos muy en serio: las universidades no deberían dejar a sus egresados solos bajo la lluvia, parados en la puerta del mercado legal con el título bajo el brazo; deberían prepararlos con las mejores herramientas.
 
Por lo menos Lindsay Cameron piensa como nosotros: “Cuando todavía estaba en el College, los estudiantes de Derecho de Georgetown, conscientes de sus carencias de habilidades para el mundo real, habían presionado por clases más prácticas, pero la respuesta había sido ‘Nosotros enseñamos Derecho, no entrenamos abogados’”.
 

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