"No puedo dejar de pensar en ellos cuando veo que ciertas oficinas de abogados se precian de no conocer límites,...
Educación jurídica: más preguntas, menos respuestas
«Vamos ahora a nuestras aulas en la universidad y el panorama parece acercarse a ese concepto de ‘clase perfecta’: los estudiantes en sus pupitres escribiendo hasta cada coma que dice el profesor. Incluso algunos se ayudan de grabadoras…»
Daniel Loyola - 5 septiembre, 2017
Daniel Loyola Vergara
Mucho se ha hablado en el mundo de los abogados acerca de nosotros. Y cuando digo “nosotros” me refiero a aquellos abogados y abogadas que recién estamos haciendo nuestras armas en el mundo del Derecho. Aquellos que nacimos a fines de los 80 o principios de los 90 y que se nos ha agrupado bajo la etiqueta de millenials. Bajo dicho concepto, nos han puesto bajo la lupa, cual ratón de laboratorio, para observarnos, analizarnos y comprendernos. Casi como si fuéramos una generación de abogados egresados de alguna lejana escuela de Derecho situada en Venus o Marte.
La razón de lo anterior es que “nosotros”, con el brío inherente que conlleva toda sangre joven, representamos un desafío para las tradicionales estructuras del sector legal, ¡y vaya que es relevante el concepto de tradición en el mundo de los abogados! ¿Cómo atraernos? ¿Cómo retenernos? ¿Qué esperamos? Esas son algunas de las tantas preguntas que muchos estudios de abogados o reparticiones públicas suelen hacerse, y sin entrar a calificar el mérito de sus respuestas, al menos, valoramos la intención. Sin embargo, el ser millenials no sólo representa un desafío para el mundo jurídico para con nosotros sino también de “nosotros” para con ellos. Ese desafío precisamente pasa por entender qué es lo que somos.
Tras 5 años de estudio, mucho sueño y muchos cafés. Tras largos 9, 10 u 11 meses de estudio para un solo examen, tras la redacción de una tesis (que en muchas ocasiones suele parecerse más a un libro), tras 6 meses de práctica profesional y, por último, tras sortear todas las trabas burocráticas para poder finalmente decir ¡Sí, juro!, frente a la pregunta de qué somos, la mayoría de nosotros se sentirá con toda propiedad para responder ¡Somos abogados!
Pero, ¿qué es un abogado? O mejor dicho ¿qué hace un abogado? Si en definitiva queremos ser buenos profesionales, pareciera útil al menos preguntarse qué es lo que hacemos o qué se espera de nosotros. Probablemente algunos dirán que la respuesta va a depender de qué tipo de abogado seamos. Mi impresión es que esa distinción es inútil. Da lo mismo si somos abogados corporativos en grandes estudios, si nos dedicamos al derecho de familia en una pequeña oficina en Santiago centro, si trabajamos en el mundo de la regulación en el sector público o si somos litigantes. Los abogados, al final del día e independiente de en qué nos desempeñemos, hacemos lo mismo: resolvemos problemas.
Todos los abogados, de una u otra manera, ocupando nuestro lenguaje común dado por el Derecho, nos dedicamos a resolver problemas. Los abogados, estamos en el mundo de la práctica, no de la contemplación. Y una vez entendido lo anterior, es cuando surge el verdadero desafío para “nosotros”: ¿estamos preparados para resolver problemas? O quizás, ¿estamos formados para resolver problemas?
Volvamos en el tiempo por un segundo y situémonos en nuestra sala de clase en el colegio: ¿cuál era el paradigma de la “clase perfecta”? La sala en silencio, el profesor explicando la materia, los alumnos anotando en una perfecta caligrafía cada palabra que salía de su boca, suena la campana que indica el fin de la clase y los alumnos inmóviles esperan callados que el profesor se retire de la sala. Pero, ¿es esa la clase perfecta? Vamos ahora a nuestras aulas en la universidad y el panorama parece acercarse a ese concepto de “clase perfecta”: los estudiantes en sus pupitres escribiendo hasta cada coma que dice el profesor. Incluso algunos se ayudan de grabadoras u otros dispositivos para que nada se les escape. Luego, si queremos tener éxito en la universidad, debemos traspasar cada una de esas palabras al espacio destinado a las respuestas en la prueba al final del semestre.
En suma, nuestra formación desde la escuela básica hasta la universitaria, se ha transformado la mayor de las veces en un ejercicio de recolección y retención de respuestas, respuestas que nuestros profesores se han esforzado por entregarnos, pero que adolecen de un grave problema: son respuestas a preguntas que jamás nos hemos hecho. De cierto modo, se nos ha entrenado para buscar respuestas (Sí, el artículo tanto del Código tanto dice tanto), pero no se ha hecho el mismo esfuerzo para buscar preguntas.
¿Y qué tiene que ver todo esto con los abogados y los millenials? Si estamos de acuerdo en que en definitiva los abogados resolvemos problemas —la mayoría de las veces, problemas de gente que no tiene idea de Derecho y que tampoco le interesa saber— nos daremos cuenta que una formación en base a respuestas no nos es suficiente para hacer lo que deberíamos hacer. ¿Cómo vamos a dar una respuesta correcta (o resolver el problema) si no nos hacemos la pregunta adecuada?
Así las cosas, me parece que nuestro desafío está precisamente en entender qué es lo que somos, qué se espera de nosotros y cómo podemos cumplir esas expectativas. Ser un buen abogado es mucho más que identificar incisos y artículos; ser un buen abogado es poder ponernos en los zapatos del otro y ser capaces de hacernos con tiempo todas las preguntas adecuadas, para luego de ello, poder hacer el trabajo fácil, buscar las respuestas.
Y para lo anterior, para ser un buen abogado en esos términos y aunque suene paradójico, considero que hay que saber alejarse del Derecho.
Si ser abogado significa resolver problemas y para resolver esos problemas debemos hacernos las preguntas correctas, la historia, la filosofía, la literatura, la economía, la ciencia podrán ser en muchos casos, de mucha más utilidad que los códigos y los manuales.
Por supuesto, hay también otras vías. La experiencia es una y es precisamente ella la que marca la brecha entre “nosotros” y “ellos”. Si lo que se espera de nosotros es que seamos buenos abogados, quizás las estructuras tradicionales del mundo de los abogados podrían poner sus esfuerzos en acortar esa brecha y ayudarnos a corregir las falencias de nuestras formaciones, simplemente haciéndonos parte.
* Daniel Loyola Vergara es abogado de la Universidad de Chile, es asociado del estudio Bofill Mir & Álvarez Jana y ayudante de cátedra de derecho civil en la misma casa de estudios.