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jueves, 21 de noviembre de 2024

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Disertación en Derecho: no hay más barreras que las que el propio orador deba vencer

«Los nervios son una cuestión natural que fluctúa dependiendo de la personalidad, pero una capacitación claramente ayuda, y la mejor forma de mitigar el nerviosismo es prepararse bien en la temática que se abordará, lo que incluso servirá al responder preguntas que uno ni siquiera se había planteado»

Rodrigo Almeida Idiarte - 4 marzo, 2016

Rodrigo Almeida Idiarte
Disertación en DerechoR.A.I.

En tiempos en que la academia abre paso a la participación estudiantil, la oratoria se ha convertido en un arma esencial para quienes aún no egresamos. Pese a ello, son prácticamente nulas las técnicas que en el decurso de nuestra carrera podemos incorporar al respecto. Esta realidad ha exigido que los estudiantes debamos desarrollar una serie de fórmulas personales –sin un marco de referencia– cuando nos planteamos efectuar una disertación en Derecho medianamente decorosa.

Sin duda, esta cuestión merece un replanteo en los programas educativos, pues si bien se nos imparte abundante dogmática (lo que no considero errado), escasos son los cursos en los que uno encuentra herramientas para lograr un desarrollo personal y profesional a este respecto.

En un sistema como el uruguayo, en donde priman los procesos por audiencia, el desenvolvimiento verbal cobra un rol protagónico que puede realzarse gracias a las técnicas en oratoria que paulatinamente desinhiben al estudiante.

Claro que no sería razonable que se construya un estilo homogéneo de disertación que en definitiva canse la atención del auditorio; sin embargo, la enseñanza de técnicas y estrategias debe responder a la realidad del mundo actual. Pese a ello, considero que hay de fondo una cuestión de mayor magnitud, y es que las facultades de Derecho tienden a formar un perfil litigioso o corporativista en sus estudiantes, pero dejan de lado el ejercicio de la profesión desde la óptica de la investigación.

Todos los estudiantes de Derecho que nos proponemos disertar en algún evento académico, nos enfrentamos a una serie de debilidades o más bien prejuicios que debemos sortear, y ello ocurre porque no hemos recibido herramientas desde nuestros centros de estudio.

El gran temor es que el rótulo de “estudiante” condicione el interés –o genere el desinterés– del auditorio, cuando es seguro que existirán personas que sí valoran la iniciativa. Aunque muchas veces temo que mi palabra sea desacreditada por mi calidad de alumno, o por mi edad, la experiencia me ha demostrado que se trata de un prejuicio interno: el auditorio acepta las reglas del juego.

La originalidad del tema es una cuestión fundamental en toda disertación en Derecho. El auditorio al que usualmente nos dirigimos posee suficientes conocimientos en torno a la materia a exponer, de forma tal que si no se presenta un punto que siembre la inquietud de los oyentes, difícilmente se cumplirá con el objetivo planteado. Por ello siempre trato de poner sobre la mesa una serie de cuestiones controversiales que generarán atención inmediata.

No hay más barreras que las que el propio orador deba vencer. Los nervios son una cuestión natural que fluctúa dependiendo de la personalidad, pero creo que una capacitación claramente ayuda, y la mejor forma de mitigar el nerviosismo es prepararse bien en la temática que se abordará. La preparación incluso se proyecta en la solvencia con que se podrá responder las preguntas de la audiencia, aunque ni siquiera uno se las haya planteado con anterioridad a la exposición.

Estructurar una versión escrita del tema y discutir con algún compañero de carrera siempre es útil, porque la retroalimentación es fundamental.

Participar en exposiciones públicas genera efectos positivos: al analizar un tema para disertarlo, se adquiere un conocimiento profundo de ciertos puntos. A la vez y un poco a la fuerza, podemos vencer nuestra timidez. Además, es una vía mediante la cual podemos plantear posturas personales e inquietudes.

Para ir venciendo las barreras que a todos nos aquejan también sirve dar clases. Anualmente —como Aspirante a Profesor Adscripto de derecho procesal— abordo en el lapso de dos horas, tres temáticas ante un grupo que ronda entre los 100 o 150 estudiantes.

Finalmente quiero comentar la disparidad en la preparación en oratoria que existe entre los estudiantes de Derecho provenientes de diferentes universidades de Iberoamérica. El año 2014 tuve la posibilidad de viajar a Cartagena de Indias, Colombia, donde se celebró el XV Concurso Internacional de Derecho Procesal (nivel pregrado), en el que junto a mis compañeros de semillero representamos a la Facultad de Derecho de la Universidad de la República. En esa oportunidad pudimos ver cuán preparados y estimulados están los alumnos de otros países en el desarrollo de la oratoria, así como el apoyo que recibían institucionalmente. Ello tiene gran incidencia si se apuesta a un estudiante que ya no se centre en exponer en su propio país, sino que se encargue de disertar fuera de sus fronteras.

Hablando por la formación de mi facultad —no por Chile; sus representantes fueron vencedores en tal competencia—, la realidad es bastante gravosa si lo planteamos en un nivel comparativo, lo que exige sin dudas una respuesta rápida al asunto.

Cada disertación en Derecho es un desafío, pero que se va alivianando con la práctica. Es urgente promover que los estudiantes se animen a participar de estas instancias, que son muy enriquecedoras, e incitar a las instituciones universitarias a ofrecer cursos opcionales de oratoria.

Quiero dejar claro que de ninguna manera estoy renegando de la universidad que me ha formado: le debo mucho y constituye el modelo de educación al que apuesto.

* Rodrigo Almeida Idiarte estudió en la Universidad de la República, Uruguay, y trabaja en Guyer & Regules.

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