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Discurso académico con historia, risas y autocrítica
Durante la presentación del libro «Daño moral contractual», el director de la investigación realizada al amparo de la Academia de Derecho Civil – UDP, Iñigo de la Maza leyó algunas reflexiones que reproducimos en esta nota.
11 agosto, 2023
-Ayer jueves 10 de agosto se presentó el libro «Daño moral contractual» (próxima nota), que sistematizó la investigación de 30 estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales (Chile), reuniendo doctrina y jurisprudencia sobre el tema, actividad que coincidió con el primer aniversario de la Academia de de Derecho Civil – UDP.
En la ocasión, intervinieron Carlos Pizarro, director de la Fundación Fernando Fueyo – UDP; Boris Loayza, coordinador de la obra; y Carlos Peña, profesor de Derecho y Rector de la Universidad.
El encuentro finalizó con el discurso del director del libro, Iñigo de la Maza, texto que reproducimos a continuación.
El discurso académico
I
Tendremos que comenzar notando que la idea según la cual la enseñanza del Derecho es insatisfactoria en Chile es más bien endémica. Al menos desde las reformas de Valentín Letelier, a comienzos del siglo XX.
Y es endémica, creo yo, porque, con cierta frecuencia, los esfuerzos en reformar la enseñanza del Derecho han seguido el destino del gatopardo: hemos querido cambiarlo todo y, más o menos por lo mismo, todo tiende a quedar más o menos igual. En ese escenario, ésta es nuestra proposición.
Hagamos que nuestras alumnas escriban libros que sean útiles para jueces y abogados. Porque eso sí que sería un cambio ¿no? Claro que hay un detalle. El detalle es que el último alumno que, conspicuamente, escribió un libro durante la carrera fue Arturo Alessandri Rodríguez, y eso pasó en 1916. Alessandri escribió su tesis de grado sobre la compraventa, que aún se publica, y es el libro más importante sobre la materia.
Entonces, he aquí la pregunta: ¿podemos hacer que, mientras estudian, nuestras alumnas y alumnos escriban libros? Déjenme contarles una historia de profesores, estudiantes y de libros de Derecho.
II
Algo que es cierto, es que rara vez sabemos con precisión cuándo comienzan las historias. A mí, sin embargo, me gusta pensar que ésta comenzó en marzo de 1991. Entonces yo era un alumno que acababa de entrar a esta Facultad y, con una proverbial torpeza administrativa que me acompaña como mi sombra, ignoraba que había que elegir profesores. Así que me los asignaron.
Asistí a mi primera clase de Introducción al Derecho y eso fue suficiente para saber que no se trataba del profesor adecuado. Les pregunté a los que sabían y, con algo de temor reverencial en sus ojos, me dijeron una sola palabra: Peña.
Durante la segunda clase del ramo, escuché a Carlos Peña González y me pareció que sí era el profesor adecuado. Al terminar la clase me acerqué a él y le dije que quería estar en su curso. Me miró con lo que yo percibí como simpatía y me dijo que no dependía de él; que lo hablara en Secretaría. Ustedes imaginarán lo que sucedió.
Fui a Secretaría y la respuesta, con una mezcla de conmiseración y desprecio, fue “ninguna posibilidad”. Así, seguí con mi profesor y pensé que había perdido una oportunidad valiosa. Luego lo supe con seguridad, pero ya habían pasado cuatro años.
18 años después, volví del doctorado y empecé a dar mi curso de Civil I. Al corto andar, aparecieron dos alumnos en mi oficina, que me dijeron que querían trabajar conmigo.
En ese tiempo yo estaba escribiendo un libro y pasaba por un difícil momento familiar; eran suficientes tareas por el momento, de manera que tuve la tentación de enviarlos a Secretaría. Pero la fortuna quiso que no lo hiciera. Y comenzaron a trabajar conmigo: comenzaron preparando materiales, luego ayudantías. Más tarde, vinieron informes en Derecho, artículos y libros.
15 años después, uno de ellos acaba de leer su tesis doctoral y ser contratado por una facultad de Derecho como investigador, y el otro disfruta de Londres, después de haber terminado un programa de Master extremadamente prestigioso en UCL.
III
Como sea que fuere, mientras mis dos alumnos me ayudaban, aparecieron otros y otras, que también querían ayudar. Y ayudaron, así que hubo más libros y artículos. Y cada año había más alumnas y alumnos.
Entonces aprendí algo sobre la eficiencia y algo sobre la estupidez y la pereza. Lo que aprendí sobre la eficiencia es que con frecuencia no la logramos; que dejamos capacidades ociosas y que, con cierta maña, podemos realizar cambios que, sin perjudicar a nadie, favorezcan, al menos a algunos.
Aprendí que había un número muy importante de alumnas y alumnos interesados en trabajar en temas de derecho privado, sin que esto fuera parte de la malla curricular o que se les remunerara.
Y ahora viene la estupidez y la pereza. ¿Cómo podía ser que hubiera tantas alumnas y alumnos esperando que alguien trabajara con ellos en temas de derecho privado y nadie hiciera nada? Por una de las dos siguientes razones o por ambas, creo yo. La primera es simplemente estupidez: no advertirlo. La segunda, más plausible —porque después de todo, los profesores de civil no somos particularmente estúpidos—, es pereza.
De manera que la falta de eficiencia se debía a la estupidez y la pereza de nosotras y nosotros, las y los profesores. Trabajar con estudiantes, es cierto, demanda mucho tiempo y esfuerzo. Pero, según yo creo, vale la pena.
IV
De una manera que a mí me resulta sorprendente, quienes comenzaron a los 18 mirándome con reverencia y llamándome “profesor”, pasan a los 30, siendo mis amigos y llamándome “huevón”. En fin.
En algún momento ya eran demasiados estudiantes y junto a Hernán Cortez, que a estas alturas es un buen amigo que transpira su doctorado en Santiago de Compostela, pensamos en institucionalizar las cosas. Luego vendría Boris Loayza, gracias a cuyo talento, esfuerzo y bondad las cosas se mantienen en pie.
Y así llegamos a esta tarde y al momento de la simulación relativa.
Afirmamos, ustedes saben, la existencia de una simulación relativa cuando existe un acuerdo de manifestar la voluntad de un negocio que, en realidad, encubre otro, cuyos efectos son los realmente deseados.
Aquí, el negocio aparente, es el lanzamiento de un libro sobre daño moral. Y sobre eso, tengo que agradecer a Pamela Patiño y a DER Ediciones por un trabajo fantástico.
También quiero agradecer al Rector por acompañarnos. Es cierto, hace 32 años no me aceptó en su curso, pero luego me ha dado muchas razones para agradecerle; esta es otra y confiemos en que queden varias más.
Ahora vamos por el negocio disimulado, aquel que acecha entre los pliegues del lanzamiento de este libro.
V
Yo diría que, junto a un puñado de ideas, la Academia de Derecho Civil es lo más impresionante que yo he experimentado en mis dos décadas y media de vida universitaria.
Según me parece, es también lo más impresionante que ha experimentado la Facultad de Derecho de la Universidad Diego Portales respecto del trabajo de estudiantes con profesores en temas de derecho privado.
Volvamos al principio para terminar: 30 de nuestras alumnas y alumnos han participado en la escritura de un libro. Cuando concluya este año, habrá dos libros más, pero esta vez no habrán participado, sino que serán las autoras y autores de esos dos libros.
Entonces, con toda justicia, celebraremos.
En fin, hemos disfrazado este evento como el lanzamiento de un libro, pero nuestra verdadera voluntad consiste en celebrar y agradecer a nuestras alumnas y alumnos por este primer año de Academia.
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