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domingo, 28 de abril de 2024

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Cuando la excelencia y el sacrificio no bastan

“´Todos sabemos que tu universidad es mejor en todo sentido; sin embargo, a la hora de buscar trabajo lo que más importa son los contactos, tu apellido y si tienes buena pinta´, es lo que me ha tocado escuchar”

Sophia Holloway - 8 febrero, 2017

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Sophia Holloway

A veces el “mercado legal” me da rabia y a veces sólo me produce un profundo desconcierto.

Estudié en una de las mejores universidades de Chile, sé que tuve una formación jurídica excepcional. Pero, a veces, no sé si tomé la decisión correcta.

Al salir del colegio tuve que elegir entre una universidad privada —de buen nombre y a la que fueron muchos de mis amigos— y una universidad pública. No lo dudé. De hecho, me retracté de la matrícula en la primera cuando fui aceptada en la segunda.

Quería aprender y elegí el camino duro: todos mis ramos eran de Derecho, incluidos los 8 electivos que cursé. Sólo tuve 2 ramos de formación general. La exigencia era brutal; recuerdo interminables fines de semana, navidades, años nuevos y veranos con mis compañeros estudiando. Muchos de ellos no aguantaron la presión y se cambiaron en tercer año.

En quinto tuvimos que hacer una tesina, participar en una clínica jurídica con casos reales, y también hacer una pasantía… además de todas las asignaturas que la malla contempla.

Una vez terminados mis ramos de pregrado, comenzó la ardua tarea de estudiar para el examen de grado: un examen oral en el cual se evaluaba todo derecho civil, todo derecho procesal y un tema específico de un tercer ramo, definido por sorteo un mes antes de la fecha del examen.

Ninguna de estas dificultades tuvieron mis conocidos que ingresaron a la universidad privada a la que yo no fui. Y si nos enfocamos en el examen de grado, para ellos fue escrito y por partes…

A pesar de todo, en el fondo estaba orgullosa de todo el sacrificio intelectual, emocional y físico de haber logrado egresar de una universidad estatal de excelencia.

Pero aquí viene lo realmente difícil: a la hora de buscar trabajo, me di cuenta de que si bien mi universidad era reconocida a nivel regional, no lo era en Santiago, y que mis redes de contacto no son tan buenas como las que tendría si hubiera tomado otra decisión al elegir dónde estudiar.

“Para qué te esforzaste tanto; saliste como 2 años después que nosotros y estudiaste el doble”, es lo que he tenido que escuchar. O bien: “Todos sabemos que tu universidad es mejor en todo sentido; sin embargo, a la hora de buscar trabajo lo que más importa son los contactos, tu apellido y si tienes buena pinta. Da lo mismo si fuiste el mejor estudiante de la mejor universidad, si no eres lo que busca el cliente”.

Hace poco me ofrecieron un trabajo que rechacé. Ni siquiera miraron mi universidad. Sólo se fijaron en que vengo de una familia antigua de Viña del Mar. Recuerdo que usaron el término “GCU” (gente como uno). Porque al parecer eso es lo que le importa a los clientes, lo que les genera confianza. Al parecer da lo mismo todo mi esfuerzo universitario.

¿Puedo culparlos? No realmente. Nada es blanco o negro. Mi formación jurídica fue de excelencia, pero no tuve ramos de inglés, no tuve ramos de deporte, comprensión de lectura ni análisis de casos, asignaturas que mis compañeros y yo hubiéramos querido tener.

Conclusiones. Uno: en Chile todavía importa ser hijo de, el apellido, el colegio, la imagen, el círculo dónde te mueves. Dos: objetivamente me siento en desventaja. Tres: sin perder la calidad, las universidades públicas tienen que modernizarse para alcanzar ciertos estándares de las universidades privadas. El mercado los valora y no sirve de nada cerrar los ojos como si esa realidad no existiera.

Los costos de mi decisión fueron altos, pero quiero creer que valieron la pena.

 

* Sophia Holloway Pallerano es licenciada en derecho de la Universidad de Valparaíso y está próxima a recibir su título de abogada.

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