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viernes, 22 de noviembre de 2024

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Comunicando a la ciudadanía: el abogado y el micrófono

«Mi última inquietud es si andar vestido con ‘el overol de abogado’ no impone una cierta distancia con mi auditor, justo ese al que quiero explicarle algo difícil y que debería convertirse en un canal para difundir la ley entre su familia, amigos y compañeros…»

Alejandro Elgueta - 13 noviembre, 2017

Alejandro ElguetaAlejandro Elgueta
Alejandro Elgueta S.

¿Le ha tocado a alguien someterse a lo que diga un médico, entendiendo poco y nada de lo que le recitan?

Uno sabe que algo le duele, que probablemente está enfermo y que quiere sentirse bien. Curarse. Pero suele pasar que, o te hablan como si tuvieras 4 años, o se comunican contigo como si hubieras estudiado medicina.

Desde septiembre de 2014 trabajo en la Superintendencia de Insolvencia y Reemprendimiento, en la VIII Región, y si trato de hacer un cálculo rápido, podría decir que he dado cerca de 80 charlas informativas sobre la nueva ley concursal.

Asociaciones de consumidores, universidades, juntas de vecinos, sindicatos, tiendas de retail, empresas privadas y grupos sociales (autoconvocados u organizados por municipios u otras entidades), han tenido que escucharme. O soportarme. A todos ellos he debido explicar el funcionamiento de la normativa que vino a reemplazar la antigua Ley de Quiebras.

Pero ¿me entienden? Espero que sí. No quiero ser ese médico que critico. Pero no lo tengo tan claro.

Ser abogado y comunicar una norma eminentemente técnica, cuando el público está compuesto por ciudadanos «de a pie», ha sido un proceso que ha tenido mucho de aprendizaje; mucho de ensayo y error.

Así, he tratado de adecuar el contenido y el vocabulario, según la audiencia. En una universidad puedo ser más técnico, pero si hay estudiantes de carreras que no son Derecho, las explicaciones deben ser más generales. Sobre todo, intento que la charla no se transforme en una «clase magistral»; pero claro, depende también de la audiencia el que la charla sea un poco más dinámica.

¿Errores que ya no cometo? No averiguar bien la composición de mi público. No es lo mismo pararse frente a los trabajadores de un sindicato, que frente a estudiantes de una ciudad grande, o a las pobladoras de un pueblito pesquero. Tampoco es igual dirigirse a 20 personas que a 50. Cuando se trata de grupos grandes, la comunicación es menos directa, menos personal.

En un instituto profesional debí dar 2 charlas: una para los estudiantes diurnos y otra para los alumnos vespertinos. Y hubo diferencias. De partida, los alumnos vespertinos tenían mayor edad y mayor conocimiento de los instrumentos financieros. Si bien los que estudian durante el día y que son más jóvenes, ya tienen acceso masivo a cuentas vista, la mayoría no ha abusado del acceso al crédito ni se ha visto con problemas serios de deudas que no puedan pagar. Lamentablemente el endeudamiento juvenil crece en Chile, pero ese es tema para otra columna.

Volviendo a la experiencia, una buena dosis de ejemplos asegura la atención de la audiencia. Y dar un espacio amplio para preguntas y respuestas, también. A la vez, contar con soporte audiovisual es una de las mejores herramientas para generar interés, sobre todo cuando se trata de videos bien hechos, ágiles y explicativos.

Pero todo ello lo aprendí en el primer año. Cuando comencé, no sólo no tenía la experiencia que tengo ahora, sino que me topaba con una brecha de expectativas que no era fácil de salvar: cuando comenzó a regir la ley, la gente tenía la ilusión de que sus deudas se eliminarían por arte de magia. No es así. Hay procedimientos, requisitos, antecedentes y plazos que cumplir. Ello generaba una decepción en la audiencia que era tangible y que exigía sacar fuerzas de flaqueza para reencantar al público, para lograr mantener su atención y alcanzar a comunicar la operatoria de la norma.

Después de 3 años, la gente sabe más. Ya han hecho algún tipo de búsqueda en Google o tienen algún conocido que ha seguido el proceso. Ya tienen una idea más o menos acertada de en qué consisten los distintos procedimientos; ya saben que tienen que presentar antecedentes y documentos.

No quiero ser ese médico al que no se le entiende nada; quiero ser un buen comunicador. Es mi trabajo hacerlo bien. Pero a los abogados no nos enseñan a comunicar, a traducir a lenguaje cotidiano normas técnicas complejas, y debemos ir aprendiendo por el camino.

¿Mi última inquietud? El vestuario. Siempre doy mis charlas vestido formal —de traje, camisa y corbata— porque siento que es lo correcto. Represento a un servicio público, al Estado de Chile.

Pero no puedo dejar de decirles que tengo la enorme duda de si andar vestido con «el overol de abogado» (como decía Jorge Caro, uno de mis profesores), no impone una cierta distancia con mi auditor, justo ese al que quiero explicarle algo difícil y que debería convertirse en un canal para difundir la ley entre su familia, amigos y compañeros.

¿Qué pasa si me saco la corbata?

 
* Alejandro Elgueta Sanhueza es abogado de la Universidad Católica de Chile, sede Talcahuano. Fue defensor licitado, ahora es Coordinador Regional de la Superintendencia de Insolvencia y Reemprendimiento para el Biobío, y además ejerce libremente la profesión en temas laborales.

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