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jueves, 18 de abril de 2024

mercado legal

Los clientes se toman 7 segundos para saber si alguien luce profesional o no

En la industria como la de los abogados es primordial vestirse impecable, tanto hombres como mujeres. Pero los códigos de vestimenta en los lugares de trabajo están cambiando, aunque en este rubro pareciera que no, ya que incluso nadie se atreve a lucir su individualidad, comenta una analista de Financial Times.

- 24 marzo, 2017

Meme

Se ha dicho que para ascender en el trabajo, uno se debe vestir para el trabajo que desea, no para el que se tiene. Pero emular el estilo de tus superiores con la esperanza de destacar, no está exento de peligros, como lo ilustra un “meme” que representa a una empleado que se lamenta: “Mi jefe me dijo que me vistiera para el trabajo que quiero, ahora estoy sentado en una reunión disciplinaria vestido como Batman”, que aparece en un artículo del diario británico The Guardian.

Si dejamos las declaraciones de la moda aparte, ¿vestirse para el éxito todavía tiene mérito en las pequeñas empresas? ¿O los códigos de vestimenta —para estos efectos— se han ido como se fueron los trajes de poder de los años 80 y los viernes casuales de los años 90, dando lugar a un enfoque menos prescriptivo en el estilo?

“Vestirse para el éxito es una buena actitud, porque el preocuparse de su apariencia demuestra que le importa su carrera”, dice la estilista Lisa Talbot al medio inglés.

Sin embargo, Talbot cree que sí se puede vestir casual en el trabajo y ser vistos como profesionales, siempre y cuando sea aceptable en el sector en el que se trabaja y sea su marca personal.

“El estilo dentro del trabajo ha cambiado drásticamente en los últimos años y la informalidad en los negocios es ahora la norma para muchas empresas, con excepciones obvias como la banca y las finanzas corporativas. Ahora, los jeans son ropa de oficina perfectamente aceptable para muchas industrias, sobre todo las creativas y las del sector técnico”, aseguró.

“Los primeros siete segundos en un encuentro son los crítico,s en términos de la imagen que transmitimos; es el tiempo que tarda un potencial cliente en determinar si somos profesionales, accesibles o responsables. Y esa impresión se transmite en gran medida por lo que se está usando”, dijo Talbot.

Esto también pasa en el mundo de los abogados, donde siempre se cree que deben vestir impecable de traje y corbata, en el caso de los hombres, y vestido o traje de dos piezas, las mujeres. Pero eso está cambiando y según el estilo del estudio de abogados, la forma de vestir es más formal o más casual.

Los códigos de vestimenta en el lugar de trabajo son, en última instancia, una forma de marca, sostuvo la entrevistada. “Su ropa y su estilo personal representan quién eres y lo que te importa. Y lo que el personal usa para trabajar tiene un impacto significativo en la imagen que el negocio proyecta”, explicó. “Por lo tanto, es fundamental que lo que sus empleados usen refleje su negocio con precisión, y un código de vestimenta puede ayudar a garantizar eso”.

Natalie Bayfield es CEO de Bayfield Training, que tiene una política de que nadie puede usar pantalones de ejercicio o jeans en el trabajo. Ella dice que el código de vestimenta de la firma no tiene la intención de prescribir lo que se puede o no se puede usar, sino más bien de alentar al equipo a considerar el impacto de lo que llevan puesto en lo que están logrando en el trabajo.

“Queremos que la gente valore el trabajo que hacen, y lo que vistes contribuye a eso. Preocuparse de la apariencia y hacer un esfuerzo para parecer inteligente transmite un mensaje poderoso”, afirmó Bayfield.

“Pero nuestro código de vestimenta también deja mucho espacio para que las personas lo interpreten de acuerdo con su propio sentido de estilo”. Para ella, el personal necesita verse profesional en la oficina, porque los clientes pueden llegar sin previo aviso. “Si bien no es imposible hacer que un par de jeans parezcan ‘más formales’, queremos que el equipo adopte un enfoque más profesional y deje la impresión correcta, al mismo tiempo que se puedan sentir cómodos. Es más fácil hacerlo si te sientes bien con lo que llevas puesto, pero aún así puedes tener un toque personal”.

Sexy e insípido

Lucy Kellaway es editora asociada y columnista en el Financial Times sobre temas de management. Hace unas semanas escribió una opinión titulada “Sexy e insípido: el nuevo uniforme para triunfar en el trabajo”, publicada en Diario Financiero. Allí menciona que la vestimenta de los empleados en los bancos de inversión, las asesorías de administración y los principales estudios de abogados es ridícula.

En la última década, la apariencia de las personas en los trabajos mejor pagados se ha vuelto más uniforme y más extrema. Existe un código no escrito que todo el mundo tiene que seguir y dice así: primero, nada es demasiado caro; segundo, nada es demasiado bien definido; y tercero, nada es demasiado insípido.

Nadie se atreve a lucir su individualidad. La única forma de destacarse es verse más impecable y más rico que los demás. Estas reglas se aplican igualmente a hombres y mujeres, sólo que las mujeres tienen además que lucir lo más sexy posible sin caer en el mal gusto. Alguien como Sheryl Sandberg, la directora de operaciones de Facebook, lo tiene claro. Kim Kardashian, no.

Hace poco había tenido que dar una charla en un importante estudio de abogados estadounidense a las 11 de la mañana. “Había ocho abogadas en el salón, cinco de las cuales tenían el look de Sandberg con ajustados e implacables vestidos de colores lisos y tacones imponentes y peligrosos. No sé exactamente en qué momento el trabajo se convirtió en esto —una rígida fiesta de cóctel, sin los cócteles—, pero es vagamente preocupante”, escribió.

Con buena razón protestamos cuando las recepcionistas son obligadas por sus jefes a llevar incómodos zapatos de tacones altos, pero no lo hacemos cuando se trata de mujeres que se sienten obligadas a vestirse así, porque lo exigen sus colegas, prosiguió.

Según Lucy Kellaway, estas industrias emplean personas ambiciosas y competitivas, y no es sorprenderte que la ropa se vuelva tan competitiva como todo lo demás. Los edificios donde trabajan empeoran la cosas: las empresas bancarias y de asesoría compiten entre sí para ser las más relucientes, las más de moda, las más insípidamente ostentosas y animan a la gente que trabajan en ellas a hacer lo mismo. “Al volverse más excesivos los arreglos florales, los espacios de piedra, el arte moderno, lo mismo sucede con los zapatos, las carteras y los trajes de las personas que trabajan en estos establecimientos”, analizó.

La forma de vestir de las personas desenmascara dos de las mentiras de la vida corporativa, la diversidad y la autenticidad: “Hace poco asistí a un congreso de mujeres en Asia, patrocinado por un banco de inversión global. En la pantalla, las palabras ‘El Poder de la Autenticidad’ eran enormes, y mirándolas se encontraban 700 mujeres perfectamente vestidas y con tacones altos, tragándose sin cuestionar una serie de clichés sobre cómo ser auténticas. La única diversidad en evidencia era que mientras algunas llevaban Miu Miu, otras vestían atuendos de Diane von Furstenberg y Burberry”.

“La semana pasada me aparecí en una reunión en un banco de inversiones en botas de tacón bajo y un vestido sencillo de pana azul marino que costaba US$ 37,5 ($24.500). Era más o menos la talla correcta, bastante nuevo y limpio. La única piel que quedaba a la vista era la de las manos, el cuello y la cara. Era un atuendo práctico, modesto y cómodo. Al mirar a los demás, hombres en trajes de corte fabuloso y mujeres con chaquetas entalladas y discretos aros de oro, me sentí tan extravagante. Me encontraba en una situación de evidente desventaja. Yo era un espécimen raro, un mendigo, y claramente inferior”.

Kellaway dijo no estar segura de quién se beneficia de este dress code súper reluciente y súper insípido. Puede que los clientes confíen más en consejeros que se visten como profesionales, pero sólo hasta cierto punto: “A los clientes no les puede gustar sentirse sistemáticamente peor vestidos”.

O tal vez el punto sea —cerró— que, al humillar sutilmente a sus clientes, los banqueros, abogados y asesores los pueden dominar más fácilmente, reduciendo la probabilidad de que los clientes se quejen de los honorarios que permiten tales atuendos tan extravagantes.

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