Luis Ernesto Marín fue legal counsel de Banco de Crédito BCP y Scotiabank, abogado en Neptunia S.A., Porto Legal, Lazo...
Acostúmbrate; no se ve cerca la retirada de los dress code
Ante el escándalo que provocó en muchos el código de vestimenta de un estudio jurídico, que se hizo conocido al filtrarse en las redes sociales, Idealis decidió preguntar a abogados jóvenes si su actual empleo tenía normas al respecto y qué opinaban sobre ello.
16 septiembre, 2015
-Sofía Martin L.
Historia 1: Había una vez una abogada sub 30 que trabajaba en una empresa desde hacía cerca de un año, y que supo que estaban pensando en despedirla. Uno de los motivos —poderosísimo— era su forma de vestirse, sus escotes, y su permanente risa. Al conocer el peligro, la abogada se obligó a vestirse de abuelita, mirar siempre al suelo o al horizonte y no reírse en público. Se dio el plazo de 1 año, y a los 12 meses exactos, volvió a ser ella misma. Pero ya estaba tan validada en lo profesional, tenía a todos los gerentes en el bolsillo, que ni el escote ni su risa fueron más motivo de temer.
Historia 2: Había una vez un abogado, socio de un estudio jurídico —la oficina Chaves Awad Contreras y Schürman— que decidió ejercer de terno y corbata, pero condreadlocks en su pelo. Y es así como se ve en la foto principal del sitio web de su oficina, así como tramita en tribunales y así como interactúa con autoridades gubernamentales.
Quince años de diferencia entre una y otra historia: ¿ha cambiado algo nuestra sociedad y, sobre todo, nuestro rubro? Hace algunos meses se conoció el dress code del estudio Bofill Escobar, que circuló profusamente en redes sociales e incluso tuvo un “top secret” en La Segunda. Desde las telas con estampados, brillos y transparencias —o simplemente mezclilla—, pasando por los colores (chillones o neón), hasta ropa ajustada o deportiva, y las poleras con pabilos (tiritas), nada se salvó. El pelo tampoco: nada de exceso de laca, largo bajo la cintura, ni estilos infantiles (chapes o pinches llamativos).
Definitivamente Alejandro Awad, protagonista de la historia 2, no podría trabajar en Bofill Escobar, a menos que se dictara algún tipo de norma de excepción. Pero Awad cuenta que su pelo rasta es cada vez un factor que incide menos en su proyección: “Te diría que las miradas que percibo son mayoritariamente de simpatía”, dice. De hecho, siente que su imagen en la calle ayuda a suavizar la percepción rígida de los abogados, “que suele generar más aversión que simpatía”, añade.
Dress code: ¿escrito o verbal? ¿explícito o tácito?
¿Te sientes libre de vestirte como quieras? ¿te sientes libre de peinarte como quieras? Quizás sean estas dos interrogantes el corazón de este tema. Y sin embargo… sin embargo las respuestas no fueron contundentes, sino más bien contradictorias.
Se hicieron llegar por correo electrónico las mismas 10 preguntas a 15 abogados y a 15 abogadas, de entre 25 y 35 años, de estudios medianos y grandes. De ellos, respondieron hasta hoy 16 en total: 9 hombres y 7 mujeres.
Y de quienes contestaron, sólo 3 personas dijeron que no estaban de acuerdo con las exigencias de su oficina; sólo 2 dijeron que se sentían libres por no tener un dress code en su trabajo. Si sumamos a Awad, “al que la sola idea le resulta absolutamente contraria a lo que quieren como estudio”, tenemos a tres personas de 17 que se visten y peinan con plena libertad.
Si pasamos a las escalas de los grises, hay varias tonalidades, donde la mayoría cree que, exista o no un código de vestuario en su oficina, estamos hablando de abogados y es obvio que habrá cierta ropa, zapatos o accesorios que no corresponden a alguien que ejerce esta profesión. Calificativos como que se trata de normas “razonables” u “obvias” abundaron.
De las 16 respuestas, sólo 2 encuestados dijeron que en su despacho no había normas al respecto; todos los demás tenían reglas escritas vía manual; entregadas verbalmente como inducción al ser contratados; o implícitas: “peer pressure”, como lo graficó alguien.
Venga al ruedo esta anécdota de una mujer, parecida a la historia 1, no con un “peer“, sino con un superior jerárquico: “Un día fui a trabajar con una blusa nueva, y al cruzarme con mi jefe en el pasillo, sólo me dijo ‘qué veraniega’. Se lo comenté a personas que llevaban más tiempo en la oficina, y supe que la expresión “veraniega” no implicaba una blusa colorida, sino que no debería usarla más. ¿La más feliz?, mi mamá, que recibió de regalo una blusa ‘veraniega’ casi nueva”.
En el exterior
¿Qué es lo más raro que hayas oído en el mercado nacional? La mayoría de los escuestados mencionó el comentado dress code que se filtró. Pero varios también mencionaron que les ha impactado que las mujeres no puedan usar pantalones y estén obligadas a usar vestidos o polleras.
¿En el exterior? Un encuestado hizo presente que en Bermudas (la isla), se permite el uso de shorts en el trabajo. Otra respuesta interesante fue: “Sólo he oído de oficinas que están dejando de usar corbata, como estrategia de ser más cercanos a sus clientes”. Y un tercero dijo: “Trabajé en Estados Unidos y allá es bastante libre en cuanto a la forma de vestir o peinarse, siempre que estés aseado”… lo que tampoco deja de ser gracioso.
Pregunta a Alejandro Awad:
— ¿Cómo ha sido tu interacción con jueces, ministros de Corte y autoridades varias?
“Tengo toda la impresión de que no ha sido interferida por el pelo. Por cierto, es algo que a veces genera curiosidad, pero los abogados, que trabajamos permanentemente con conceptos como el de derechos y el de libertad, tenemos desde la base una actitud, a veces sincera y otras veces probablemente no tanto, respetuosa de la diferencia.
Me da la impresión que los jueces reclaman formas de vestuario y apariencia personal que den cuenta de la solemnidad y el respeto que resulta exigible en las audiencias judiciales. El lenguaje en un tribunal debe guardar cierta distancia con el coloquial; en las apariencias, pasa lo mismo.
Es difícil saber si habrá una evolución hacia la desformalización, ya que en Gran Bretaña y Australia, entiendo que se sigue litigando con toga y peluca…”.