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miércoles, 24 de abril de 2024

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David Baldacci: “Camel Club”

“Aunque puedan quedar algunos cabos sueltos o en varias páginas de Camel Club parece que nos encontráramos en realidad ante una serie de televisión, el ritmo que imprime en algunos capítulos obliga también al lector a apresurar el paso y hacer que las pulsaciones aumenten…”

- 17 febrero, 2017

Arturo Ferrari
Arturo Ferrari

“Si un libro no despierta ninguna emoción, entonces fracasé”, escribió David Baldacci en el diario inglés The Telegraph en noviembre del 2015. El escritor había elegido sus cinco títulos favoritos entre los 30 que ya tenía a la fecha. El ranking lo lideraba su primera novela: Absolute Power (1995). Apenas dos años después Clint Eastwood decidió llevarla al cine. Camel Club (2005) también mereció un lugar en esta exclusiva lista. “Mucha gente pensó que actuaba de manera poco patriótica al mostrar aquello que la CIA era capaz de hacer”, mencionó Baldacci en el mismo artículo.

David Baldacci nació en Richmond, Virginia (EEUU). Ha publicado 33 novelas y vendido más de 110 millones de copias en 80 países, las que han sido traducidas a 45 idiomas. Estudio derecho en la Universidad de Virginia y trabajó como abogado en la oficinas de Holland & Knight en Washington D.C. Cuando vio su primer libro en venta en una librería decidió dejar, por fin, la profesión que había estudiado. Gracias a una férrea disciplina logró acabarlo y entregar el material a un agente literario (escribía todos los días de 10 de la noche a 3 de la mañana luego de regresar del trabajo). “Siempre puedo volver a ser un abogado”, le dijo a su esposa Michelle para tranquilizarla. Nunca más volvió a pisar un despacho.
Cuatro hombres son testigos de un asesinato que sus autores trataron que aparezca como un suicidio. No contaban con que dicha ejecución, llevada a cabo con una pulcritud que rayaba con la perfección, se realizaría a vista y paciencia de un grupo de excéntricos individuos que puntualmente se reunían, casi clandestinamente, para discutir asuntos que afectaban a la seguridad del país. Luego que los asesinos se percatan de su inoportuna compañía, logran escapar dejando algunas huellas que pondrán en peligro sus vidas. Se trataba de los miembros del Camel Club, que son liderados por un exagente de los servicios secretos que se hace llamar Oliver Stone y cuyo actual oficio es ser guardián de un cementerio.
Un confuso entramado de siglas que ilustran la variopinta cantidad de agencias estales del servicio secreto que operan en los EE.UU. desfilan por las páginas de Camel Club. La víctima trabajaba para una de ellas. La aparente causa del homicidio, un ajuste de cuentas relacionado con los turbios negocios en los cuales el agente se había involucrado no convencen al Camel Club ni a un veterano miembro del servicio secreto. Cada uno, por separado, inicia sus propias pesquisas.

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El devenir de la historia involucrará al presidente de los EE.UU. y a su más cercano colaborador en temas de seguridad. De a pocos el rompecabezas diseñado por Baldacci empieza a cobrar forma. Historias que al inicio corrían paralelas comienzan a entrelazarse. La capital de un país del Oriente Medio podría desaparecer en caso los EE.UU decidieran utilizar su arsenal nuclear como respuesta a lo que ellos consideran es un chantaje. Es el precio a pagar por agredir a una superpotencia.

Buena parte del libro tiene tintes claramente cinematográficos. El descubrimiento de un lugar escondido en la espesura de un bosque donde entrenaban los agentes más despiadados del servicio secreto o la aparición de una banda de mercenarios norcoreanos dispuestos a asesinar a quien aparezca en su camino ayudan a crear una atmósfera propia de un film.

Estoy de acuerdo con Baldacci. Aunque puedan quedar algunos cabos sueltos o en varias páginas de Camel Club parece que nos encontráramos en realidad ante una serie de televisión, el ritmo que imprime en algunos capítulos obliga también al lector a apresurar el paso y hacer que las pulsaciones aumenten.
Un día, mientras viajaba en tren con dirección a Nueva York, Baldacci conversaba animadamente por teléfono con un médico que le explicaba la manera cómo poder envenenar a una persona sin dejar huellas. Ello le serviría para una nueva novela que estaba escribiendo. “Cuando quiera asesinar a alguien recurriré a ti”, le dijo antes de cortar la llamada. Los datos que había obtenido eran un valioso insumo para su trabajo. No se percató que algunos testigos de esta conversación, alarmados por lo que acaban de ir, habían llamado a la policía. Fue detenido e interrogado. Decir “La realidad supera la ficción”, se ha convertido en un lugar común. Tan común que hasta un experto escritor de thrillers ha sufrido su eficacia.

* Arturo Ferrari es Gerente de comunicaciones de Muñiz, Ramírez, Pérez-Taiman & Olaya Abogados, Perú.

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